
Refinamiento y decadencia a la par pueblan las páginas de esta novela, única en sí misma, ya que representa un nuevo tratamiento del tema del amor a lo largo de la historia de la Literatura. Sus personajes protagonistas (la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont) no gozan con el amor, sino con las fatales consecuencias que provoca el desamor entre aquellos incautos que caen en sus crueles maquinaciones.
Es a través del género epistolar que conocemos todos los detalles de la acción. De hecho, avisa el editor al principio de la novela que la narración la constituyen una selección de cartas propuesta por el autor. Su estilo es sumamente depurado y nos transporta al refinamiento que se vivía en los salones aristocráticos de la Francia prerrevolucionaria.
Para no faltar a las exigencias de tan ilustrado siglo y teniendo en cuenta también el posicionamiento jacobino de su autor, que lo llevó desde su más que posible guillotinamiento hasta su nombramiento como general de brigada por parte del mismísimo Napoleón, Laclos pretende moralizar mostrando al lector la indolencia y amoralidad en la que vivían los miembros de la aristocracia, parásitos indolentes y enriquecidos que fueron incapaces de ver tanto el daño que hacían entre las clases populares como la inminente caída del antiguo régimen y la entrada de una nueva época. Pero Las amistades peligrosas no constituye en sí misma un relato panfletario a favor de la Revolución Francesa. Antes bien, la crónica de las intrigas que se dan entre sus personajes, así como su lenguaje culto exquisito seducen al lector e inducen a este a sentirse entre los salones y alcobas como si de un invitado más se tratase.
No se trata de una lectura simple y, aunque a veces la cuuriosidad nos tiente y acucie a pasar a la carta siguiente sin haber acabado del todo la anterior, vale la pena mantenerse como personaje y lector de la época para así gozar del detalle y exquisitez propuestos por el autor. La experiencia compensa con creces el supuesto esfuerzo.