
Sidi, Ludriq o Cid son algunos de los nombres con los que sus contemporáneos llamaron a Rodrigo Díaz de Vivar, héroe legendario del período de la Reconquista. No obstante, el narrador prefiere el de jefe de la hueste, porque fue ése su cometido, al menos en la época histórica en la que Pérez Reverte centra su relato (finales del siglo XI). El retrato, esquemático por lo demás, que de él obtenemos no se recrea tanto en la persona sino en sus circunstancias, en la época que le tocó vivir y en las decisiones que tomó. Jefe de la hueste, mercenario, soldado de fortuna, el Cid supo en todo momento el lugar que le correspondía y éste varió ostensiblemente al hallarse en la frontera entre los reinos castellanos, los francos y los de taifas que, en el período citado, ocupaban la mayor parte de la Península Ibérica. Aunque nunca perdió de vista que su sitio estaba con el rey Alfonso VI, junto con su hueste sirvió tanto a reyes cristianos como a musulmanes, los cuales son retratados con sus luces y sombras en este libro.
Una narración sencilla y clara a la vez con un protagonista al que hay que imaginar básicamente por sus acciones antes que por lo que el autor nos cuenta de él.